12 de junio de 2020

La atadura de Abraham


Se encontraba el bueno de Abraham echándose la siesta cuando apareció nuestra deidad favorita, a lo Steve Urkel entrando en escena. Me encanta esa época de la historia en la que Dios se dejaba caer sin avisar, sin respeto alguno por la privacidad de la gente.

Abraham le pregunta si quiere una Coca Colica, más que nada para quedar bien, y el otro le responde que no, que quiere que mate a su propio hijo, uno de ellos, el que sea.

—ESE DE AHÍ MISMO.
—¿El Isaac?, ¿pero esto a qué viene?
—PORQUE NO NOTO QUE ME QUIERAS.
—¿Pero tú no promovías lo del amor al prójimo, a la familia y esas cosas?
—NO SÉ DE QUÉ ME HABLAS.


Olé ahí Diosito y sus antojos, que no sabes si es un ser omnipotente o un novio quinceañero inseguro. No se conforma con pedirle que se ponga una foto de perfil de los dos juntos o lo lleve de finde romántico a Marina d'Or. La cuestión es que con tal de no oír sus quejas y reproches, le hace caso y lleva al niño al monte, que a Dios le va la parafernalia. Imagina si llega a cargárselo mientras duerme o allí mismo en el patio: "NO, NO, AHORA TIENES OTRO Y LO MATAS COMO YO QUIERO. QUÉ POCO DETALLISTA ERES".

Una vez manos a la obra y cuando Abraham se había hecho a la idea de que se iba a quedar sin criatura a la que dar calvotazos de forma periódica, se manifiesta nuestra rutilante divinidad de nuevo.

—¿QUÉ HACES?
—Joder, pues cargarme al zagal como me habías dicho.
—YO NO TE HE DICHO NADA DE ESO, IMBÉCIL. ¿A QUIÉN SE LE OCURRE?
—Pero que me has hecho vestirme para nada.
—MIRA, AHÍ TE DEJO UN CARNERO ESTRATÉGICAMENTE COLOCADO, ÚSALO YA QUE HAS MONTADO EL TENDERETE.

—Será subnormal el soplapollas este (murmurando entre dientes).
—¿QUÉ HAS DICHO?
—Nada, nada, que si quieres pata o costilla.


Tras pegarse el festín y el crío pillar un trauma de cojones, que hasta se hizo vegano del susto, todo acabó bien.

—Bueno, ¿entonces ya notas que realmente te quiero después de todo este pifostio?
—NO SÉ, TÚ SABRÁS.

14 de abril de 2020

Retrato del artista obsolescente: Tortugas Ninja


Retrato del Artista Obsolescente es el título de la falsa novela que nunca publicaré. Se trata de un pequeño homenaje, o más bien parodia, de la novela parcialmente autobiográfica del irlandés James Joyce, Retrato del Artista Adolescente. Como soy un mago con las palabras, hago un pequeño cambio y nos ahorramos los pleitos y los madres mías. Siguiendo el estilo de la obra original, relato en primera persona diferentes situaciones y vivencias que he experimentado a lo largo de la vida, siempre con cierto tono humorístico. Al utilizar la técnica del flujo de conciencia, plasmo tanto el pensamiento que tenía por aquel entonces como una percepción más actual, de manera que hay una combinación de narración e introspección. Asimismo, he añadido un recurso más propio del medio audiovisual que del literario en forma de situaciones inventadas y complementarias, las cuales son introducidas mediante corchetes y que sirven para conectar ideas y acentuar el matiz cómico. Se podrían considerar como pequeños gags aislados. Paulatinamente iré poniendo aquí diferentes extractos.


En muy poco tiempo, Las Tortugas Ninja se habían convertido en un fenómeno social: serie de televisión, muñecos, videojuegos, películas y todo tipo de artículos de promoción comercial. Recuerdo incluso llevar un parche de ellas en un pantalón algo desgastado. Lo que podría haber sido un drama, ir vestido pareciendo recién salido de un holocausto nuclear, había sido evitado gracias al remiendo de la franquicia del momento. Además, en mi cabeza iba muy molón. Aquel cosido de mi madre le daba una nueva dimensión al chándal cutre noventero. Creo que no he ido mejor vestido en mi vida. Un outfit que podría ser portada de Vogue y que haría salivar a cualquier bloguera de moda. 

[
A continuación presentamos la nueva colección de primavera de John Galliano, apostando por las prendas versátiles, tejidos crudos y minimalistas, inspirándose en el folclore popular, el Renacimiento italiano y las tendencias suburbanas, especialmente entre toxicómanos. Una apuesta para ese hombre que quiere ir elegante pero al mismo tiempo pedir dinero en la calle en cualquier momento.

Aparece un señor con un pantalón de chándal reventadísimo y un parche de Las Tortugas Ninja.] 

Como era de esperar, no tardó en llegar el día de asignación de tortugas en la panda de amigos. Echando la vista atrás, me parece un ritual entrañable y que, lamentablemente, se pierde con la edad. Ese jugar e imaginar ser uno de tus héroes, modificar la realidad a tu antojo y transformarla en algo completamente diferente y mucho más apasionante. Un árbol que se convierte en una guarida, una rama que pasa a ser una espada o Antonio, ese niño que te cae como el culo, es ahora un monstruo que quiere destruir el mundo, por lo que darle una somanta de palos tiene más justificación que nunca. 

A mí me sucedía algo curioso: la relación con el álter ego ficticio traspasaba la barrera de la imaginación y la mera admiración. Me alegraba cuando él era la estrella de un determinado capítulo o derrotaba a un enemigo poderoso. No solo eso, sino que intentaba adoptar algunas de sus cualidades o lo elegía en los videojuegos. Esa conexión especial entre niño y personaje de ficción.

Afortunadamente, éramos exactamente cuatro, por lo que nos íbamos a ahorrar los quebraderos de cabeza que habían surgido anteriormente con Bioman, donde aparecían solamente tres protagonistas, dando como resultado un chaval sin papel asignado y trifulca asegurada, que aquello no lo arreglaban ni los de verdad.





Tú vas a ser Donatello.
Sí, estoy de acuerdo, porque eres el más listo.
Solo tú puedes serlo.

Nada de discusiones, lo tenían todos claro. Me imagino que tuvieron en cuenta mis grandes logros hasta aquel momento: mantener todos mis fluidos corporales en su sitio y ser capaz de pintar sin salirme de la raya. Para los más despistados, Donatello es el inventor y el inteligente del grupo. Lo que llama la atención es que se autoexcluyeran del proceso de oposición para ser Donatello, como que eran conscientes de que no cumplían los méritos y requisitos necesarios..., con cinco años. Parece que no me había juntado con los más avispados del patio. Lo raro es que no quisieran ser Rocksteady y Bebop, o el jabalí bizco de Los Fruittis. En cualquier caso, se trataba de un proceso que hubiera tenido sentido unos años más adelante.

[Os he llamado a todos porque hoy tenemos que elegir qué Tortuga Ninja vamos a ser cada uno.
¿Para esto me has hecho venir?, mañana es la comunión de mi hijo.
Me da igual. Esto es un asunto de vital importancia y creo que tu hijo debería saber que su padre NO es Donatello.
¡¿Cómo?!, ¿quién ha decidido eso?
Antonio, no me jodas, que eres licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas... Y Jaime, tú no te rías, que tú te sacaste ADE. Así que la cosa queda entre Alejandro, ingeniero de caminos, programador, artista polifacético y cinturón negro en kárate, y yo, que me saqué un FP de grado medio en peluquería.]

El resto de asignaciones no resultaron ser tan obvias, ya que tampoco tenían cualidades con las que los niños se pudieran sentir identificados. Michelangelo tenía como principal atributo ser un fiestero. Ya no sabías si te encontrabas ante un héroe infantil o un tipo registrado en Tinder. Pensamos que el más apropiado para el puesto debía ser Toni, que siempre estaba de cuerpo presente en todos los cumpleaños, con regalos cutres de 100 pesetas y arrasando con todas las existencias de bocadillos de Nocilla. Lo más gracioso es que nadie le había invitado pero ahí estaba él. No había foto en la que no apareciera.

Quedaban dos, Leonardo, el líder, y Raphael, que hacía bulto. Sinceramente, nunca supimos cuál era su papel. Iván estuvo rápido comentando que su color favorito era el azul, yendo vestido completamente de verde, así que al pobre Paco le tocó ser Raphael por eliminación. Así es cómo se arruina una infancia. Recuerdo que sus padres se separaron unos años después, pero no lo vi tan deprimido como entonces. Quizá hasta aquello fue el motivo de la ruptura. «Nuestro hijo es Raphael, hemos fracasado como progenitores y como matrimonio».



Soy de los que piensa que el devenir de tu vida viene definido por la tortuga ninja que eras de pequeño. No me miréis raro, hay gente que cree en el horóscopo, el destino, el karma, los astros o la Providencia. No veo mucha diferencia. En cualquier caso, asumí con orgullo mi papel de Donatello.

[Veo que tienes dos licenciaturas, varios máster y un doctorado. Debes saber que para postular a este puesto hay gente muy preparada. ¿Por qué crees que deberíamos elegirte a ti frente a otros candidatos?
Bueno, fui Donatello de pequeño.
¡Haber empezado por ahí! Contratado. Como jefe. DE TODO. Dígame qué tengo que hacer.]

El grupo ya estaba al completo y todos teníamos clara nuestra labor: hacer el imbécil como de costumbre.

¿Cuál es nuestra misión de hoy?
Mira, ahí está José Ginés, vamos a pegarle.
¡Cowabunga!»




1 de enero de 2018

Historias de recreativos: El maestro del Tekken


*Pincha en el vídeo para que el grado de inmersión sea mayor.

Era un mediodía de primavera con una temperatura muy agradable y, como todos los días, me dirigía a la sala de recreativos justo antes de ir a mi casa a comer. Tenía por costumbre pasar por allí al salir del colegio, generalmente sin dinero; saludaba a los conocidos y miraba a otros jugar.

Al llegar advertí un pequeño tumulto al fondo. Estaba dudando entre herido por navajazo en la vesícula biliar o máquina nueva. Había un número considerable de personas, por lo que tenía que ser lo segundo, que era menos habitual.

Acostumbrados a los muebles genéricos, aquel sobresalía entre los demás debido a su tamaño. En la marquesina se podía leer Tekken. Era otro juego de lucha pero este era en tres dimensiones. Aunque por allí pasó Virtua Fighter (otro juego de características similares), reduciendo considerablemente el impacto visual, lo que estaba presenciando me parecía impresionante. Qué gráficos y cómo sonaba; los golpes y gritos se oían en todo el recinto. "Anda, mira, pero si hay un tipo disfrazado de tigre", "qué gozada las repeticiones", "los movimientos parecen de verdad", "se puede cambiar la cámara", "déjame cinco duros primo". La crítica había hablado: Tekken nos cautivó a todos.

Eso sí, sentó un mal precedente. Fue la primera recreativa que valía 50 pesetas la partida (30 céntimos de euro), es decir, el doble que el resto. Había habido otros antecedentes, incluso más caros, sin embargo todos contaban con algún mueble especial que encarecía la experiencia. No nos importó, la máquina siempre estaba ocupada. Por otro lado, no era un juego largo o difícil. A las pocas semanas unos cuantos ya conseguíamos acabarla con un crédito usando a Law, que era el personaje con el que resultaba más sencillo lograrlo.



Unas semanas más tarde y con la fiebre de la novedad aminorando, me encontré con otro gentío alrededor de la máquina. Un chaval que conocía se acercó a mí con cierta agitación.

—¡Maska!*, ven rápido, hay un tío invencible que le está ganando a todos. Eres el único que queda que le puede plantar cara.


*En estos momentos no recuerdo con exactitud si nos conocíamos por nuestros nombres/apodos o nos relacionábamos sin saber cómo se llamaban los demás, especialmente mediante el abuso de deícticos ("oye, tú"). Cabe la posibilidad de que sí me tratasen como Maska al ser las siglas con las que firmaba en las partidas, MSK. El único al que sí me dirigía por su nombre era Venancio, aunque llamándote así, a quién le hace falta un mote. Para él yo era, simplemente, "amigo", pero esa es otra historia y será contada en otro momento.

Me encaminaba tan ufano a restaurar el orden y la paz en mis recreativos cuando me detuve en seco. Ahí estaba él, imponente. Se trataba de un chico corpulento, aproximadamente de 1,90. Era complicado definir dónde acababa su espalda y empezaba el mueble de la recreativa. Tenía pinta de que en cualquier momento podía dejar la partida y seguir repartiendo igual que lo hacía en el juego. De rasgos marcados, no sabía determinar su edad con precisión, pero podía estar en los últimos años de la veintena. Vestía una chaqueta de cuero y contaba con un tupé cobrizo muy llamativo. Además, había que sumarle unas señoras patillas, de estas gruesas que tapan media cara y planetas enteros. Hoy en día cualquier garrulo promedio lleva un tupé pero hay que recordar que eran los años 90 y en esta época no era habitual encontrarse a alguien de esta guisa. No sabía si se había escapado de un concierto de Johnny Cash o de Grease, pero de cara a un niño de 10 años, aquel rockabilly molaba mucho.


Me percaté de que en el juego usaba a Paul y el parecido entre ambos no pasaba desapercibido. ¿Se basaron los japoneses en él para crear al personaje o le caló tan fuerte el juego que decidió cambiar su apariencia y su estilo de vida? Sea como fuere, nunca lo había visto por allí.

Lo observé mientras seguía enfrentándose a los parroquianos del lugar. A diferencia del resto, se comportaba de manera civilizada: no vociferaba o hacía aspavientos, no se irritaba ni profería insultos, incluso trataba a la máquina con delicadeza. Permanecía inmutable y jugaba con cierta elegancia, nada que ver con la caterva de salvajes que solía frecuentar los recreativos.

Bastó con presenciar un par de combates para llegar a una conclusión: a este tipo no le puedo ganar. Era un milagro si alguno de sus rivales conseguía encajar un solo golpe. ¿De dónde había salido y cómo había aprendido a jugar tan bien? Pero la cuestión que más me intrigaba era saber cómo se había llegado a esa situación. Es obvio que de una sala de máquinas no va a salir ningún Premio Nobel, pero, ¿en qué momento se te ocurre retar a alguien así con pasta de por medio? A mí no me hace falta gastarme dinero para saber de antemano que perdería en un partido de tenis contra Rafa Nadal. Daba la impresión de que ni inmovilizándolo entre todos se le podía llegar a ganar.



La cola de contrincantes se iba reduciendo y tarde o temprano iba a ser mi turno. En mi cabeza solo había un pensamiento: escaquearme. Yo ya sabía el resultado pero el resto albergaba ligeras esperanzas en mí. Negarme no era una opción, puesto que los cobardes estaban muy mal vistos, incluso peor que los pesados que te pedían que les dejases una vida. Pensé en comentar que no tenía dinero, que no era el caso, pero aquella gente hubiese sido capaz de montar un Patreon o un evento benéfico con tal de conseguírmelo. Ya me estaba imaginando una subasta de quinquis solteros de recreativo en favor de una buena causa. Me resigné y acepté mi destino. Al acercarme, el chico me saludó.

—Vaya, eres jovencito. Veo que te gusta Law (cuando escogí al personaje). Yo soy más de Paul, ya que vamos al mismo peluquero (risas).

Me hizo gracia y reparé en algo más importante: era amable. Al menos si no le partían un taburete en todo el lomo. No era una cualidad que abundase en unos recreativos, un ecosistema bastante despiadado, ni tan siquiera fuera de ellos.

Aunque planté algo más de cara que los demás, el resultado fue el esperado. No supe ni por dónde me venían las tollinas. La decepción era palpable en el ambiente. La corona de espinas y colillas cambió de dueño.

—Bien jugado. Para lo pequeño que eres lo has hecho muy bien. Si sigues así, no habrá quien te gane.

A pesar del tono condescendiente, sonaba sincero, y era algo más gratificante que las típicas burlas o fanfarronadas del jugador promedio.


Los espectadores se fueron marchando y él siguió jugando con su correspondiente crédito. Yo permanecí allí, quería analizar su forma de jugar. Me fijaba en sus manos para ver si conseguía aprender cómo se hacían los movimientos especiales, pero iba muy rápido como para poder seguirlo. Al final, me armé de valor y me acerqué de nuevo:

—Perdona, ¿me enseñarías a jugar?

Esbozó una pequeña sonrisa.
—Claro, faltaría más.

Me reveló la forma de realizar todas las llaves de Paul. Asimismo, me dio una serie de consejos muy útiles para enfrentarme tanto a los rivales controlados por el juego como a oponentes humanos. Volví a echar dinero para jugar contra él. Esta vez me iba explicando mis errores y me iba detallando qué cosas tenía que evitar. Agregó que aquello era únicamente la base y que para tener buen nivel era necesario jugar mucho y ganar práctica. Le di las gracias, se despidió y me dejó con su partida.



Un tiempo después y tras la master class recibida, mi nivel mejoró muchísimo. El juego no entrañaba ningún tipo de misterio aunque seguía jugando por diversión. En una de estas partidas, noté que alguien sin pedir permiso hizo el amago de echar dinero para enfrentarse a mí. Sentado en un taburete, extendí el brazo para evitarlo y sin tan siquiera girarme para mirar a la persona, abrí la boca para decir:

—No, si quieres que te duren.
Escuché una carcajada. 
—Ese es mi chico. Pero pensé que quizá querrías la revancha.

Era él. Aunque avergonzado por mis palabras, sentí una gran alegría: se acordaba de mí. Cuando eres un niño eres invisible para casi la totalidad de los adultos, a excepción de familiares cercanos si no eres Marco, el del mono. Aquel tipo al que admiraba recordaba mi existencia.


—Si te parece bien, vamos a comprobar lo que has mejorado.

Asentí. Intuyendo que allí iban a saltar chispas, la gente empezó a arremolinarse para presenciar el enfrentamiento. Esta vez las circunstancias eran distintas, yo contaba con algo más de experiencia e iba a ser un Paul contra Paul.

Había un respeto mutuo y cierta cautela. No nos aventurábamos a lanzar golpes en falso y medíamos muy bien nuestras reacciones. Nuestro estilo de juego era muy similar, algo evidente, ya que él me había enseñado lo que sabía. Por primera vez no lo noté impasible: se había topado con alguien que le podía plantar cara.

Con escaso margen, ganó el primer combate. La tensión se palpaba en el ambiente. No se oía ni un solo ruido del público, la gente estaba tan concentrada como nosotros. En el segundo round se cambiaron las tornas y fui yo quien lo derrotó, igualmente, por una mínima diferencia. La gente murmuraba, era la primera vez que presenciábamos cómo perdía. Quedaba el tercer y último combate y yo era un manojo de nervios. Ninguno se atrevía a acercarse al otro, ambos defendíamos con todo. Hubo un intercambio de impactos y ahí estábamos los dos, a un solo toque de proclamarnos vencedor. Pensaba que me iba a dar un síncope allí mismo y con la excitación se me fue el dedo: una patada normal y corriente sin venir a cuento. Un movimiento propio de novato y que me iba a dejar completamente vendido. Iba a estar dándole vueltas a esa estupidez durante días cuando ya lo tenía tan cerca. 


Pero se la comió. El KO resonó en toda la sala. Primero el silencio, consecuencia de la incredulidad y después la escandalera. Me sentí como si fuese el final de Rocky II, con el ojo morado y el morro doblado, pero en vez de llamar a su mujer, yo gritando:

—¡Gitano del Robocop!, ¡Venancio!, ¡gordo con riñonera que da el cambio!

Al parecer, no se esperó que cometiese tal imprudencia. La corona de espinas y colillas había vuelto a mi cabeza. Estaba en pleno éxtasis. Lo miré y estaba sonriendo. En cualquier otra tesitura me hubiese encontrado con un adulto fuera de sus cabales, colérico y deseando volver a jugar para humillarme y demostrar quién era el que mandaba, especialmente cuando el ganador lo ha sido por un golpe de suerte. 
Parecía alegrarse por mí y no quiso jugar más (que lo mismo el tipo estaba más tieso que la rodilla de un Playmobil y por eso no siguió echando dinero).

—Enhorabuena, el alumno ha superado al maestro. Cuídate chaval —ahí me guiñó un ojo.

Al terminar la frase se marchó. Mientras se oía la cuenta atrás de la pantalla de continue, me giré y lo vi alejarse hacia el horizonte con la puesta de sol.

Nunca más lo volví a ver. Lo más probable es que no coincidiéramos, puesto que yo no estaba allí todo el día y él estaba en edad de estar ocupado, pero me gustaba imaginarme que había ido a otros recreativos a instruir a nuevos alumnos.

Honestamente, y con la perspectiva del tiempo, es obvio que me dejó ganar. No tenía nada que demostrar y para él, vencer a un niño pequeño no le suponía nada, mientras que para mí era el mundo. Igualmente, era consciente de que en mi caso era una manera de ganar más estatus en los recreativos; se le notaba con la cabeza lo suficientemente bien amueblada como para tener mayores preocupaciones que gozar de una reputación por ser un jugador habilidoso.

Tekken me había causado una impresión tan profunda que cuando supe que iba a salir para la nueva consola Playstation, mi único anhelo se convirtió en hacerme con ella. Así fue, esas mismas navidades la recibí, uno de los regalos que más ilusión me ha hecho. Es más, es el único sistema que he querido comprarme en el momento de su lanzamiento y todo se debe a este título en concreto.

Con el juego en casa y con todo la experiencia que acarreaba de los recreativos, alcancé un dominio abrumador. Sin embargo, no contaba con rivales a los que retar. En aquel momento añoré poder enfrentarme de nuevo al maestro del Tekken, siendo consciente de que, ahora sí, podíamos tener niveles parejos.


Pasaron los años y me encontraba con mis padres pasando unos días de vacaciones en otra ciudad. Mi primera misión al llegar a un sitio nuevo: descubrir dónde estaban los recreativos. Allí me dejaron mientras se iban a hacer otras cosas.

Estaba oteando el panorama, examinando las máquinas, cuando me encontré un grupo de chavales alrededor de una en concreto. Me acerqué para descubrir para mi asombro que era el Tekken. En aquel momento ya había aparecido su secuela pero allí al menos seguía vigente su popularidad.

No paraban de retar a uno de los presentes, el cual siempre conseguía ganar. Aunque la situación me resultaba similar, no tanto los detalles. A diferencia de mi mentor, aquel chico se jactaba constantemente de lo bueno que era, gritaba, humillaba a sus rivales y provocaba. Presté atención a cómo jugaba. No era malo pero yo tenía el juego en casa y años de experiencia.

No pude evitarlo: tenía que darle un escarmiento. Pregunté si podía enfrentarme a él.

—Sí y vas a perder como los demás —espetó con una risotada.
—No pasa nada. ¿Podrías explicarme los controles por favor? —fingí no tener ni idea de cómo funcionaba el juego.

Realmente, quería ver hasta dónde llegaba su petulancia. Me los explicó mal para burlarse de mí. Los demás le reían las gracias. Esto me sirvió para que la lección fuese todavía más dolorosa.

Me dejé ganar el primer combate. Fue empezar el segundo y llevarse una somanta de palos de escándalo. Dos perfects (cuando no recibes ni un solo golpe por parte de tu rival) que se llevó de regalo con un lacito.


—Espera, ¡tú sabes jugar a esto!
—Es que ya me he hecho con los controles.

En aquel momento me acordé de que esos no eran mis recreativos y un vacile de tal calibre podía suponer que abandonase el local con los pies por delante. El semblante le cambió, no había encajado bien aquello. Cabe decir que estos chavales eran unos años mayores que yo. Me empujó y se abalanzó para darme un puñetazo. Cerré los ojos.

No noté el golpe. Pensé que solo había sido un amago para asustarme. Los abrí y ahí estaba el maestro del Tekken, el cual había detenido su puño con la patilla. Esa patilla mullida. El grupo se acojonó al verlo. Se puso erguido y habló:

—¿Acaso es esto lo que nos ha enseñado Tekken a todos?, ¿a comportarnos como animales salvajes? Tekken es rivalidad, superación, tirar a gente por barrancos y, sobre todo, respeto al rival. Este chico te ha ganado limpiamente, acepta tu derrota y dale la mano como buen caballero. 

Estrechamos las manos y nos hicimos amigos para siempre, combatiendo las malas prácticas en los recreativos. No, a ver, todo esto último es mentira, pero quería añadir un poco de realismo mágico a la historia. Volvamos al punto anterior al invent

Tras ganarle, el fanfarrón estaba algo cabreado, le dio una patada a la máquina y me echó una mirada fulminante pero la situación no pasó a mayores. Al menos fue lo suficientemente inteligente para no volver a retarme. Con mi victoria, él y el grupo de chavales se marcharon, quedándome allí solo con el crédito y jugando contra la máquina.

Al poco rato advertí la presencia de un niño pequeño, unos años más joven que yo. Miraba fijamente, casi embobado. No pasó mucho tiempo hasta que oí una voz algo titubeante que me dijo:

—¿Me enseñas a jugar?
Sonreí.
—Claro, faltaría más.

11 de julio de 2016

En el nombre del padre

-Sé que no he sido el mejor padre del mundo, que he estado muy ausente y no te he dedicado todo la atención que te merecías, pero quiero enmendar mis errores y que compruebes que eres lo más importante para mí. Para que veas lo mucho que te quiero, he conseguido que tu cantante favorito actúe hoy en tu cumpleaños.
-¡¿Está aquí Chris Martin de Coldplay?!
-No, mejor aún, ha venido RAÚL.
-Pero, ¿este señor quién es? Apesta a alcohol y a Varón Dandy.
-Cosas de artistas. Va a cantar todas tus canciones favoritas como The Final Countdown o Marinero de Luces.
-No me gusta esa música. No sabes nada de mí y nunca te he importado lo más mínimo.
-Ni te imaginas lo que me ha costado traer a una estrella de talla internacional como él. He tenido que hacer un esfuerzo impresionante: este hombre cobra siete euros la hora, y además, también ha exigido un par de bocadillos de la merienda de tu cumpleaños como parte de su caché. Pero nada es demasiado si te puedo ver feliz. María, solo quería lo mejor para ti en tu 15 cumpleaños pero intuyo que me sigues odiando.
-Papá, me llamo Paco y hoy cumplo 36 años.
-¿Ves cómo soy un excelente padre en el fondo? En todo este tiempo no he olvidado la fecha de tu cumpleaños. Ven aquí que te dé un beso.
-Papá, ese no soy yo, estás besando a RAÚL.




28 de julio de 2015

Sinopsis de Chelfi to the Past

Sinopsis de mi próxima serie para televisión: Chelfi to the Past.

Meritxell Figueres es una veinteañera natural de Piccasent, aunque todos sus amigos la llaman Chelfi, básicamente, porque son idiotas. Ella disfruta de la vida, echando fotos a platos de macarrones, yendo a conciertos de grupos de los cuales solo conoce una canción y compartiendo publicaciones de Cabronazi. En una tarde de compras entra a un extraño bazar chino. Allí adquiere un palo de selfies imbuido con poderes mágicos (que cuesta dos euros más que los normales). Aunque desconoce en qué consiste esa extraña energía, decide hacerse con él porque su color hace juego con su bolso. Un día, Chelfi tiene un lunes horroroso: Paco, el buenorro de administración ni se percata de que ha ido a la peluquería y los zapatos que le habían gustado del Zara no están en su talla. Desconsolada, decide echarse una foto sonriendo para subir a las redes sociales y que los demás piensen que ha tenido un lunes envidiable. Al utilizar el palo mágico de selfies sucede algo sensual y misterioso: Chelfi viaja al pasado a la antigua Mesopotamia. Aquí darán lugar una serie de trepidantes aventuras, donde Meritxell conocerá el valor de la amistad, de las relaciones humanas y del código Hammurabi.